Por eso nos parece acertado lo que dice Marañón, en su libro Elogio y nostalgia de Toledo, al que nos referiremos varias veces a lo largo de esta ruta. Concretamente se trata del capítulo titulado "Garcilaso, natural de Toledo", y dice así: Cuando Tamayo de Vargas, en 1622, terminó su libro sobre el gran poeta, su paisano, escribió en la portada: "Garcilaso, natural de Toledo". Con ello quiso, sin duda, advertir a los lectores que el hombre ilustre cuya vida y cuya obra comentaba era gloria inmarchitable de la ciudad que los dos amaron tanto. Pero, sin darse cuenta quizá, quiso decir también que Garcilaso, en sus andanzas de hombre y en su creación de poeta, fue en gran parte como fue, por el hecho de haber nacido en la urbe del Tajo. Es decir, que mucha de su gloria se la debía a Toledo. (p. 92). Si entendiéramos textualmente estas palabras, la figura de Garcilaso podría quedar palidecida con respecto a su ciudad. Pero creo que lo que quiso decir este gran amante de Toledo es que la relevancia política de ésta por entonces, su atmósfera cultural, eran tales, que facilitaron el desarrollo de los potenciales artísticos de un hombre como Garcilaso, enriquecidos luego, sin duda, por sus contactos y sus viajes (que le dieron dimensión universal a su poesía, sin dejar de ser ésta tan española y tan toledana). En cualquier caso, parece indiscutible que el nombre de Garcilaso está prendido en la memoria de los toledanos, como si quisiéramos cumplir el deseo que expresamente dejó manifiesto en suÉgloga II y cuyas palabras nos sirven para cerrar esta ruta. Es por ello que la "Asociación Amigos de Garcilaso" quiere homenajear al escritor, al caballero, al hombre, trazando una ruta literaria a través de algunos espacios de la geografía toledana con los que su persona o su obra guardan alguna relación. Nos parece que es un buen momento para iniciar los homenajes puesto que se aproxima la conmemoración de la fecha "oficial" del quinto centenario del nacimiento (1501) de Garcilaso. Y digo oficial porque a veces se barajan otras fechas (1503); y recientemente, como luego diré, se ha apuntado el año 1499. Esquema de la ruta I. – Torreón de San Juan de los Reyes II. – Plaza del Conde III. – Calle de Nuncio Viejo IV. – Cuesta de Santa Leocadia V. – Calle de Garcilaso VI. – Plaza de Padilla VII. – Plaza de San Román VIII. – Iglesia de San Pedro Mártir
Desarrollo de la ruta I – Torreón de San Juan de los Reyes Comenzamos aquí nuestra ruta garcilasiana precisamente porque el lugar encaja perfectamente con una de las referencias a Toledo que más o menos veladamente podemos encontrar a lo largo de su poesía: las riberas del río. De ello da fe la lápida adherida a la muralla en la que se reproducen algunos versos del poeta toledano, versos cuya lectura más desarrollada efectuaremos seguidamente. Nos parece muy acertado que se eligiera precisamente este lugar del curso del Tajo y no otro para ubicar este "memorándum" parietal. Efectivamente, como acabo de decir, la sintonía entre el lugar y la palabra poética es más que evidente. Se trata de uno de los parajes más sugestivos del itinerario que sigue el Tajo para abrazar a la ciudad, especialmente hermoso durante las puestas de sol y con el incomparable fondo de los cigarrales. Desde aquí la corriente es más amable, superados ya los riscos tormentosos que le preceden inmediatamente: el agua se remansa, recuperando su curso tranquilo por la vega, tras haberse peinado con las púas del puente de San Martín. Es muy posible que Garcilaso buscase la soledad de estos parajes para pasear sus melancolías. Tengamos también en cuenta que su casa no estaba situada demasiado lejos. Y no resulta arriesgado deducir que la belleza del lugar le sirvió de inspiración. Por ello encontramos natural que lo tome como la morada de esas ninfas que tejen tapices con historias. Con ellas, el poeta convirtió a su río –que es el nuestro– en un escenario mitológico. Porque si Filódece, Dinámene y Climene rememoran las penas de amor de Eurídice, Dafne y Venus, Nise inmortalizará en su labor al mismísimo Tajo y a la ciudad a quien sirve de espejo, porque es aquí donde va a situar una nueva historia, y también porque "Las telas eran hechas y tejidas / del oro que el felice Tajo envía" (v.v. 105-106). Cedamos la palabra al poeta: Garcilaso: Égloga III Cerca del Tajo en soledad amena, de verdes sauces hay una espesura, toda de hiedra revestida y llena, que por el tronco va hasta el altura, y así la teje arriba y encadena, que el sol no halla paso a la verdura; el agua baña el prado con sonido alegrando la vista y el oído. Con tanta mansedumbre el cristalino Tajo en aquella parte caminaba, que pudieran los ojos el camino determinar apenas que llevaba. Peinando sus cabellos de oro fino, una ninfa, del agua, do moraba, la cabeza sacó, y el prado ameno vido de flores y de sombra lleno. Movióla el sitio umbroso, el manso viento, el suave olor de aquel florido suelo. Las aves en el fresco apartamiento vio descansar del trabajoso vuelo. Secaba entonces el terreno aliento el sol subido en la mitad del cielo. En el silencio sólo se escuchaba un susurro de abejas que sonaba. Habiendo contemplado una gran pieza atentamente aquel lugar sombrío, somorgujó de nuevo su cabeza, y al fondo se dejó calar del río. A sus hermanas a contar empieza del verde sitio el agradable frío, y que vayan les ruega y amonesta allí con su labor a estar la siesta. (v.v. 57-88) La blanca Nise no tomó a destajo de los pasados casos la memoria, y en la labor de su sutil trabajo no quiso entretejer antigua historia; antes mostrando de su claro Tajo en su labor la celebrada gloria, lo figuró en la parte donde él baña la más felice tierra de la España. Pintado el caudaloso río se vía, que, en áspera estrecheza reducido, un monte casi alrededor tenía, con ímpetu corriendo y con ruído; querer cercallo todo parecía en su volver, mas era afán perdido; dejábase correr, en fin, derecho, contento de lo mucho que había hecho. Estaba puesta en la sublime cumbre del monte, y desde allí por él sembrada, aquella ilustre y clara pesadumbre, de antiguos edificios adornada. De allí con agradable mansedumbre el Tajo va siguiendo su jornada, y regando los campos y arboledas con artificio de las altas ruedas. (v.v. 193-216) |
La protagonista de esta historia va a ser una ninfa que acaba de fallecer: Elisa. Todos los críticos han explicado este fragmento en clave personal (presumiblemente, el poeta está contando su propio desengaño amoroso, relatando la muerte de Isabel Freyre). Pero sobre esta cuestión volveré más tarde. Y no se acaban las referencias al Tajo en esta composición: sus ninfas van a convertirse en confidentes del deplorable estado de ánimo que sufre el poeta en el soneto que sigue. Garcilaso: Soneto XI Hermosas ninfas, que en el río metidas, contentas habitáis en las moradas de relucientes piedras fabricadas y en columnas de vidrio sostenidas; agora estéis labrando embebecidas, o tejiendo las telas delicadas; agora unas con otras apartadas, contándoos los amores y las vidas; dejad un rato la labor, alzando vuestras rubias cabezas a mirarme, y no os detendréis mucho según ando; que o no podréis de lástima escucharme, o convertido en agua aquí llorando, podréis allá de espacio consolarme. |
Así pues, el río se hace realidad en la poesía garcilasiana, aunque literaturizado según los usos expresivos del Renacimiento: por ello, en el soneto XXIV, "el patrio celebrado y rico Tajo"será tributario de una belleza femenina con el tesoro de sus arenas, es decir, con el oro que tópicamente se le atribuía . Este papel transcendente en Garcilaso de su río natal también lo consideró Marañón en su ya citada obra: él, asimismo, podía contemplar el Tajo desde su cigarral, es decir, desde la otra orilla, y, por ello mismo, estaba en condiciones de entender las sensaciones del ilustre toledano. Gregorio Marañón: "El Tajo soñado" Más, sobre todo, de Toledo le quedó a Garcilaso la visión de la ciudad inmortal, ceñida por el Tajo; y la de las riberas de éste, ya mansas en la Vega, ya prisioneras y rugientes entre los acantilados. Sus versos tienen, con gran frecuencia, como fondo, el "patrio, celebrado y rico Tajo". De él surgen las ninfas de blancos pies y cabellera de oro, el oro que, según los poetas, arrastran las arenas del río. Y a sus bordes vienen a beber los ganados de aquellos pastores que son imágenes distintas e iguales, multiplicadas por las ondas, de Garcilaso mismo. Allí [...] donde soñaba con Isabel, la amada muerta. Y el gran río "se lleva presuroso", aguas abajo, el nombre de ella –Elisa, Elisabeth– hasta el mar de Lusitania que la vio nacer. [...] Es cosa extraña el valor que en la nostalgia alcanza el patrio río. Desde lejos, lo más vivo en el recuerdo del país remoto es el río, sobre todo para los españoles, tal vez porque el agua, como el árbol, son en España no adornos normales del paisaje, sino como joyas; y elementos dramáticos, a veces heroicos en la vida. (p.p. 118-119)
II – Plaza del Conde Aquí tenemos uno de los más bellos palacios toledanos. En su portada gótica lucen los escudos de armas de sus fundadores (leones pasantes). Fue iniciada su construcción en 1440 por el señor de Fuensalida (hijo del Canciller Ayala) don Pedro López de Ayala, casado con doña Elvira de Castañeda, y padre del primer conde de Fuensalida. El sepulcro de ambos se encuentra actualmente en la iglesia de San Pedro Mártir, con lo que deducimos que el tiempo se encarga de tejer insospechados hilos de unión entre seres y acontecimientos cercanos (puesto que también allí fue enterrado nuestro poeta). Este lugar tiene dos nexos con Garcilaso. Uno remoto, pues estos condes estaban emparentados con los de Cedillo, y éstos con un nieto del poeta. Pero el más sugestivo se establece a través de la vinculación del lugar con la figura de la infanta Isabel de Portugal, casada con Carlos I en 1526. La relación de la emperatriz Isabel con este palacio fue infausta: aquí murió el 1 de mayo de 1539, a la una de la tarde. Desde las cortes de 1538 vivía la soberana en Toledo. El 23 de octubre de ese año llegó Carlos I a la ciudad hospedándose con su esposa en el palacio del conde de Mélito, don Diego Hurtado de Mendoza (donde hoy se ubica el Colegio de Doncellas), pues el Alcázar no estaba habitable. A finales de abril del año siguiente la emperatriz dio a luz un niño muerto, sufriendo fiebre puerperal. El 27 de ese mes se la traslada al palacio del conde de Fuensalida, por consejo médico. Pero no fue posible salvarla. La emperatriz Isabel está relacionada con Garcilaso al menos por dos cuestiones. La primera de las mismas es que, estando ausente de Toledo su esposo, fue ella quien tomó la decisión de castigar al poeta por haber asistido en Ávila al matrimonio de su sobrino y tocayo, hijo de Pedro, el hermano comunero del poeta (razón por la que estaba proscrito ante los monarcas). Fue un matrimonio sin autorización real y Garcilaso provocó, con su presencia, la ira de la soberana. Estando Garcilaso en Tolosa (3 de febrero de 1532), fue requerido para declarar. Un poco más adelante (marzo de 1532), el emperador, informado por cartas de su esposa, dictó contra el poeta una orden de confinamiento en una isla del Danubio, lo que debió de durar hasta el verano de ese año. Estos hechos demuestran que la emperatriz, la bellísima mujer pintada por Tiziano, sólo aparentemente era frágil: más bien se comportó como una mujer dura e inflexible. La segunda vinculación se refiere a la dama que trajo consigo cuando vino a España a desposarse, Isabel Freyre, a la que conoció nuestro autor estando ya casado (unos meses o un año después, según se viene admitiendo). La figura de Isabel Freyre como inspiradora de los versos de Garcilaso es un lugar común entre los estudiosos de la literatura (la bellísima portuguesa ya había sido cantada en su país por Francisco Sá de Miranda con el nombre de Celia). Bajo esta clave se han entendido tradicionalmente los sonetos y demás composiciones amorosas de Garcilaso. Ya se ha visto el ejemplo de la Égloga III en la que el nombre de la ninfa Elisa ha sido interpretado como trasunto, casi literal, de Isabel. Incluso en la Égloga I se ha visto al poeta desdoblado en los dos pastores, Salicio que se queja de los desdenes de su amada, y Nemoroso que llora su muerte. En el primero de los casos, los celos podrían estar motivados por el matrimonio de la dama con Antonio de Fonseca hacia 1529. Respecto al segundo supuesto, Isabel Freyre murió de parto hacia 1533 ó 1534, y los críticos han querido ver la clave de esta identificación en el verso 370 en el que se evoca a la diosa protectora de los nacimientos: “en aquel duro trance de Lucina”. Garcilaso: Égloga I ¡Oh más dura que mármol a mis quejas, y al encendido fuego en que me quemo más helada que nieve, Galatea! Estoy muriendo, y aún la vida temo; témola con razón, pues tú me dejas; que no hay, sin ti, el vivir para que sea. Vergüenza he que me vea ninguno en tal estado, de ti desamparado, y de mí mismo yo me corro agora. ¿De un alma te desdeñas ser señora, donde siempre moraste, no pudiendo della salir un hora? Salid sin duelo, lágrimas, corriendo. (v.v. 57-70) Tu dulce habla ¿en cuya oreja suena? Tus claros ojos ¿a quién los volviste? ¿Por quién tan sin respeto me trocaste? Tu quebrantada fe ¿do la pusiste? ¿Cuál es el cuello que, como en cadena, de tus hermosos brazos anudaste? No hay corazón que baste, aunque fuese de piedra, viendo mi amada hiedra de mí arrancada, en otro muro asida, y mi parra en otro olmo entretejida, que no se esté con llanto deshaciendo hasta acabar la vida. Salid sin duelo, lágrimas, corriendo. (v.v. 127-140) ¿Dó están agora aquellos claros ojos que llevaban tras sí, como colgada, mi alma doquier que ellos se volvían? ¿Dó está la blanca mano delicada, llena de vencimientos y despojos que de mí mis sentidos le ofrecían? Los cabellos que vían con gran desprecio el oro, como a menor tesoro, ¿adónde están? ¿Adónde el blanco pecho? ¿Dó la coluna que el dorado techo con presunción graciosa sostenía? Aquesto todo agora ya se encierra, por desventura mía, en la fría, desierta y dura tierra. (v.v. 267-281) Divina Elisa, pues agora el cielo con inmortales pies pisas y mides, y su mudanza ves, estando queda, ¿por qué de mí te olvidas y no pides que se apresure el tiempo en que este velo rompa del cuerpo, y verme libre pueda y en la tercera rueda contigo mano a mano busquemos otro llano, busquemos otros montes y otros ríos, otros valles floridos y sombríos, donde descanse y siempre pueda verte ante los ojos míos, sin miedo y sobresalto de perderte? (v.v. 394-407) |
Pero este papel de musa no sólo lo han aceptado unánimemente los estudiosos de Garcilaso sino que también lo han divulgado otros escritores, como en el ya citado texto de Marañón. Ahora bien, el reciente descubrimiento de otro amor toledano del poeta llevado a cabo por la investigadora Carmen Vaquero Serrano, deja en entredicho esta clave interpretativa tradicional. De ello hablaré más adelante. Pero aún admitiendo que sus más emotivos versos de amor pudo haberlos encendido esta otra mujer hasta ahora desconocida, es posible que también la dama portuguesa inspirase al enamoradizo autor, aunque fuese más vagamente o sin la intensidad emocional profunda que antes se le atribuía. De hecho, se encuentran alusiones a “ojos claros”, aunque bien es verdad que esta referencia constituía en la época un atributo tópico de la belleza femenina en general. De momento, leeremos otro poema dictado desde la interpretación clásica. Clemente Palencia: A Isabel de Freire Eras la fruta del cercado ajeno; tu pelo como el trigo que en la tarde aventa el mes de junio; tu voz era la queja de un jilguero. Y entre la fresca hierba eres la Elisa que cantara el poeta de Toledo. ¡Ay, Isabel de Freire! Qué cerca la caricia y el suspiro, y el amor en silencio como corren las aguas de este río donde trenzó sus gracias tus cabellos. Mujer de ojos azules, salpicados de luz y de misterio, de rubias trenzas que peinaba el aire sobre el rico jubón de terciopelo. A veces la caricia de la tarde florecía en canciones y sonetos o en un laude de tristes melodías, sinfonía de rosas y de almendros. Junto a la emperatriz tú recordabas saudades de remotos cancioneros o la blanca cordera degollada bajo el azul inmenso de los cielos. ¿Cómo no comprendiste el verso oculto, y el amor en silencio que para ti guardaba Garcilaso, como mensaje del Renacimiento? Musa de Garcilaso que tenías sonrisas de desdén dentro del pecho, infiel tu gracia para sus amores y seco el corazón para sus versos. |
III – Calle de Nuncio Viejo Aquí estuvo el hospital para dementes y expósitos que fundó en 1483 el canónigo Francisco Ortiz, nuncio del papa Sixto IV (circunstancia a la que debe el haber sido siempre conocido como “el Nuncio”). La primera noticia documental que se conoce de Garcilaso está relacionada con este hospital, dentro de los alborotos previos a la revuelta comunera. Se fecha en 1519, 7 de septiembre, y se trata del proceso abierto contra Garcilaso y otras seis personas por haber entrado en dicha institución con “ruydo”, es decir, de forma poco pacífica. El hecho debió de estar motivado por un conflicto de competencias entre las instituciones responsables de dicho hospital. Fue condenado a tres meses de destierro. En la sentencia de este proceso aparece el joven Garcilaso asistido por un curador, Juan Gaitán, puesto que era huérfano de padre. Ello demuestra que tenía entonces menos de 21 años. Basándose en documentos posteriores del poeta (a partir de abril de 1520) en los que ya no aparece la figura del curador, Carmen Vaquero llega a la conclusión de que Garcilaso nació en 1499 y no en 1501 como se ha venido aceptando. No tenemos constancia de que tal acontecimiento juvenil generase en el poeta texto alguno. Sí se le atribuyen algunos ejemplos a su etapa de destierro en el Danubio, aunque entonces ya su espíritu debía de estar más desasosegado por otros conflictos emocionales que por el mero alejamiento físico, como se adivina en unos versos que ahora leeremos. Garcilaso: Canción III Tengo sólo una pena, si muero desterrado y en tanta desventura, que piensen por ventura que juntos tantos males me han llevado; y sé yo bien que muero por sólo aquello que morir espero. (v.v. 20-26) |
IV – Cuesta de Santa Leocadia Llegamos frente a la iglesia que fue parroquia de Garcilaso y su familia. En esta calle parece que estaba también la casa que alquiló para habitar con su esposa, después de haber vivido junto a su madre en la mansión familiar. Y también aquí se ubica, con toda seguridad, la casa de Guiomar Carrillo, el primer amor del poeta. El descubrimiento de esta mujer por parte de la investigadora toledana Carmen Vaquero Serrano ha sido un importantísimo hallazgo para replantear la biografía de Garcilaso. Sus conclusiones resultan altamente interesantes y vamos a resumirlas. Guiomar de Carrillo, perteneciente a una noble familia toledana, confiesa en su testamento (1537) que, siendo ambos solteros, habían mantenido relación carnal durante bastante tiempo y que de esa unión nació (quizás en 1521) el hijo de ambos, Lorenzo, apellidado Suárez de Figueroa. Ya se conocía la existencia de un primer descendiente de Garcilaso, anterior a su matrimonio, pero se ignoraba la identidad de la madre. Guiomar se vio obligada a hacer testamento a favor de este hijo de ambos, un año después de la muerte de Garcilaso, posiblemente por el incumplimiento de la viuda acerca de las disposiciones testamentarias del poeta (que se protegiese al joven y se le diesen estudios). Vaquero llega a la conclusión de que Garcilaso y Guiomar no pudieron casarse por la oposición del emperador, puesto que ella pertenecía a una familia comunera y él tenía ya suficiente estigma con la pertenencia de su hermano mayor a este grupo de nobles rebeldes al monarca. Ahora bien, no cabe duda de que fue un amor temprano e intenso (la existencia de un hijo lo confirma), un amor duradero, posiblemente alimentado aún después del matrimonio del poeta con Elena de Zúñiga (1525). En algunos de sus versos se adivina al hombre, aunque vestido con ropa de pastor renacentista: las confidencias de Albanio respecto a su amada Camila relatan unas circunstancias (amistad temprana, vecindad) que son las mismas que existieron entre Garcilaso y Guiomar. Garcilaso: Égloga II Desde mis tiernos y primeros años a aquella parte me inclinó mi estrella, y a aquel fiero destino de mis daños. Tú conociste bien una doncella, de mi sangre y abuelos decendida, más que la misma hermosura bella. En su verde niñez, siendo ofrecida por montes y por selvas a Diana, ejercitaba allí su edad florida. Yo, que desde la noche a la mañana y del un sol al otro, sin cansarme, seguía la caza con estudio y gana, por deudo y ejercicio a conformarme vine con ella en tal domestiqueza, que della un punto no sabía apartarme. Iba de un hora en otra la estrecheza haciéndose mayor, acompañada de un amor sano y lleno de pureza. (v.v. 167-184) |
Que Lorenzo era un hijo querido e importante para Garcilaso lo demuestra el hecho del nombre elegido, así como los apellidos: ambos habían sido usados por varones destacados de la familia desde siempre. Es decir, era como si le considerase su primogénito, el continuador de su estirpe, hecho posteriormente frustrado por el arreglo matrimonial con una joven del gusto de los monarcas (Elena era dama de la infanta doña Leonor de Austria, hermana de Carlos I). Quizás con el tiempo Guiomar tuviese otros amores, lo que pudieron provocar los celos del poeta, nacidos del rescoldo de su amor. ¿Se refiere a ella cuando, a propósito de una reflexión sobre la muerte, se queja de ver a su amada en brazos de otro hombre?. Según las interpretaciones tradicionales, en este fragmento que ahora transcribo Garcilaso estaría pensando en la ya casada Isabel Freyre. Garcilaso: Elegía II Y ésta no permitió mi dura suerte que me sobreviniese peleando, de hierro traspasado agudo y fuerte, por que me consumiese contemplando mi amado y dulce fruto en mano ajena, y el duro posesor de mí burlando. (v.v. 103-108) |
Quizás vivió torturado entre sus deberes como esposo y su pasión amorosa por aquella mujer que compartió sus juegos de niño (como vecinos que eran) y con la que seguramente soñó casarse. Hubo, pues, dos mujeres importantes en su vida, a las que le unían dos vínculos muy fuertes: la mujer-pasión y la esposa legítima (aunque ella nunca fuese objeto de poema alguno). Y estos lazos parece lógico pensar que pesarían en su ánimo infinitamente más que la platónica admiración que pudiera haber sentido por Isabel Freyre. En cualquier caso, en sus versos se adivinan sentimientos contradictorios, tensiones emocionales, aunque contenidas. ¿Desafía Garcilaso los convencionalismos sociales, reivindicando su derecho a alimentar la vieja pasión, en los dos sonetos que transcribimos? ¿Confiesa de forma velada que está inexorablemente atado a esta mujer en el fragmento siguiente? Garcilaso: Soneto IV Un rato se levanta mi esperanza. Tan cansada de haberse levantado torna a caer, que deja, mal mi grado, libre el lugar a la desconfianza. ¿Quién sufrirá tan áspera mudanza del bien al mal? ¡Oh, corazón cansado! esfuerza en la miseria de tu estado, que tras fortuna suele haber bonanza. Yo mismo emprenderé a fuerza de brazos romper un monte, que otro no rompiera, de mil inconvenientes muy espeso. Muerte, prisión no pueden, ni embarazos, quitarme de ir a veros, como quiera, desnudo espíritu o hombre en carne y hueso. |
Garcilaso: Soneto V Escrito está en mi alma vuestro gesto, y cuanto yo escribir de vos deseo; vos sola lo escribiste, yo lo leo tan solo, que aun de vos me guardo en esto. En esto estoy y estaré siempre puesto; que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo, de tanto bien lo que no entiendo creo, tomando ya la fe por presupuesto. Yo no nací sino para quereros; mi alma os ha cortado a su medida; por hábito del alma misma os quiero. Cuanto tengo confieso yo deberos; por vos nací, por vos tengo la vida, por vos he de morir y por vos muero. |
Garcilaso: Canción IV De los cabellos de oro fue tejida la red que fabricó mi sentimiento, do mi razón revuelta y enredada con gran vergüenza suya y corrimiento, sujeta al apetito y sometida, en público adulterio fue tomada, del cielo y de la tierra contemplada. Mas ya no es tiempo de mirar yo en esto, pues no tengo con qué considerallo, y en tal punto me hallo, que estoy sin armas en el campo puesto, y el paso ya cerrado y la huida. (v.v. 101-112) |
V – Calle de Garcilaso Nos hallamos ante los despojos de lo que fue solar de la casa de Garcilaso. Debió de ser mansión importante porque sirvió de alojamiento a ilustres visitantes: en 1498 a don Manuel, rey de Portugal cuando vino a desposarse con Isabel, una de las hijas de los Reyes Católicos; y en 1526 aquí se hospedó, cuando vino a Toledo (según dato de Julio Porres), Germana de Foix, que en 1505 se había desposado con Fernando el Católico. La situación de la casa es privilegiada si lo miramos bien, por lo que nos parecen muy sutiles las apreciaciones de Mariano Calvo que seguidamente transcribimos, tomadas del libro Garcilaso de la Vega. Entre el verso y la espada. Mariano Calvo: "Mi parroquia de Santa Leocadia" El mismo inspirado azar que ha creado, con paciencia de siglos, el laberinto mudéjar de Toledo, ha querido ver reunidos a pocos pasos el solar de las “casas principales” donde un día nació Garcilaso de la Vega y la cripta sepulcral de El Greco, como queriendo componer en ese preciso enclave del callejero toledano un epítome de la ciudad en el que cupieran los extremos del arco espiritual de Toledo, desde el misticismo torturado del cretense al dulce paganismo del poeta de las églogas. Nadie pensaría al transitar por la modesta cuesta de Santo Domingo el Antiguo que entre esos muros austeros podría buscarse el símbolo del siglo más brillante de Toledo, el XVI, nacido renacentista con Garcilaso y extinguido barroco en la madurez artística de Theotocópuli; porque si en una orilla de la calle una tosca fachada semiderruida flanquea el solar donde se alzó la casa natal de Garcilaso, en la otra se eleva, con desafiante fortaleza, el presbiterio del monasterio de Santo Domingo de Silos el Antiguo, donde El Greco colgó sus primeras obras toledanas y a cuyo subsuelo vino a descansar para siempre su paleta. (p. 21)
Así pues, aquí nació Garcilaso, tal como parece venirse admitiendo, aquí vivió su infancia y juventud, y también posiblemente los primeros años de matrimonio. Su padre, llamado como él, había sido contino, es decir, hombre de la corte de los Reyes Católicos. Murió en 1512. Su madre fue doña Sancha de Guzmán, señora de Batres, mujer de fuerte personalidad. Seguramente ella tuvo un papel decisivo en el matrimonio de conveniencia de su hijo segundo, pues bastante habría sufrido con el mayor y su filiación política en el bando de los comuneros. Pero Garcilaso no debió de ser feliz con su esposa, seguramente se limitó a cumplir con los mínimos deberes conyugales, pero no hubo pasión: ello explicaría la ausencia de alusiones a la esposa en sus versos. Cedamos la palabra de nuevo a Marañón. Gregorio Marañón: "La sombra indecisa" En la vida de Garcilaso, deslumbrante de poesía y de tragedia, hay una figura pálida, recluida en la penumbra –penumbra fresca, de calle morisca, de Toledo– que cada vez que leo sus versos me parece ver pasar, con un gesto de resignación, dolorida por el desvío de todos. Este fantasma indeciso es el de una mujer, doña Elena de Zúñiga. [...] A veces nos gustaría pensar que Garcilaso amó también a doña Elena y que en su alma turbulenta guardó este amor, sereno e intacto, como en un relicario, juntos a los otros amores románticos y sensuales; y que si no aparece ni la más leve huella de su recuerdo en los versos de su marido, es porque éste la respeta demasiado para hacer correr su nombre de boca en boca, aunque fuera en el carro de oro de sus sonetos. Quién sabe si ella también guardaba versos de aquel galán, el más lucido de España, escritos sólo para ella y no, como los otros, pensando en la gloria y en la posteridad; y que los guardó con tanto celo que nadie los había de ver nunca más. (p.p. 111-112)
No hay huellas de amor conyugal en el poeta; muy al contrario, de manera muy velada y sutil incluso podemos encontrar algún verso en el que se adivina la expresión de un hastío, como en el soneto que sigue. Garcilaso: Soneto XVII Pensando que el camino iba derecho, vine a parar en tanta desventura, que imaginar no puedo, aun con locura, algo de que esté un rato satisfecho. El ancho campo me parece estrecho; la noche clara para mí es escura; la dulce compañía, amarga y dura, y duro campo de batalla el lecho. Del sueño, si hay alguno, aquella parte sola que es ser imagen de la muerte se aviene con el alma fatigada. En fin, que como quiera, estoy de arte, que juzgo ya por hora menos fuerte, aunque en ella me ví, la que es pasada. |
Pero retornemos al lugar. Este solar, cuna del más excelso poeta toledano, debiera haber sido casi un espacio de culto. Pero la desidia y la incuria lo mantuvieron por los años de los años en el más lamentable abandono. Así lo encontró Alberti alguna vez que deambulaba por las callejuelas de la vieja ciudad y, como no podía ser menos, su sensibilidad de poeta le permitió captar la importancia del paraje y su retina encontró la sencilla lápida de mármol, único homenaje entre tan romántica desolación. La colocación de esta lápida había sido acordada en sesión extraordinaria del Ayuntamiento el día 8 de agosto de 1900, así como la decisión de poner a la calle el nombre del poeta. Rafael Alberti: La arboleda perdida Perdida y mareada sombra era yo, cuando de pronto, en uno de esos imprevistos ensanches –brusquedad de una grieta que supone una plaza, codazo de una calleja que hunde un trecho de espacio para el murallón de un convento, una iglesia, un edificio señorial–, se levantó ante mí un desmelenado y romántico muro de yedra, entre la que clareaba algo que me hizo forzar la mirada para comprenderlo. Era una losa blanca, una lápida escrita, interrumpida aquí y allá por el cabello oscuro de la enredadera. El temblequeo de un farolillo colgado a una hornacina me ayudó a descifrar: “AQUÍ NACIÓ GARCILASO DE LA VEGA...” La inscripción continuaba en letra pequeña, difícil de leer, aumentando otra vez de tamaño al llegar a los números que indicaban el año del nacimiento y el de la muerte del poeta: 1503-1536. Y me pareció entonces como si Garcilaso, un Garcilaso de hojas frescas y oscuras, se desprendiese de aquella enredadera y echase a caminar conmigo por el silencio nocturno de Toledo en espera del alba. (p.p. 201-202)
Si para el poeta gaditano fueron inspiradoras estas ruinas, al viajero actual, que intentase buscar las huella de lo que fueron, le aguarda una profunda decepción, porque el prosaísmo de nuestros tiempos las ha metamorfoseado en un funcional edificio público. Si Garcilaso hubiese sido británico, por ejemplo, seguramente no tendríamos que escribir ahora estas líneas quejumbrosas. VI – Plaza de Padilla Aquí estuvo la casa del comunero. Tras la derrota de Villalar y la huida de Toledo de su viuda, María Pacheco, el emperador ordenó derribar el edificio y sembrar de sal su solar. Es fácil deducir que ambas familias, la de Padilla y la de Garcilaso, mantendrían desde siempre estrechas relaciones, tanto por la vecindad como por pertenecer a una misma clase social. Andando el tiempo, una nueva circunstancia vendría a reforzar dramáticamente estos vínculos: los toledanos recibieron con recelo al nuevo monarca porque Carlos I, además de llegar a España desconociendo nuestra lengua, en el caso concreto de la ciudad irritó al Cabildo de la Catedral designando arzobispo primado a Guillermo de Croy, un joven extranjero que no tenía la menor intención de ganarse el sueldo estando al frente de la diócesis; y provocó el descontento de las familias nobles porque observaban que muchos cargos relevantes iban a parar a manos extranjeras, al tiempo que las arcas municipales se diezmaban para cubrir las apetencias imperiales del futuro Carlos V a partir de 1519. El descontento se materializó más agudamente entre los regidores de la ciudad, lo que desembocó en el levantamiento comunero. Figuras destacas del mismo fueron Juan de Padilla y Pedro Laso: el segundo se vio obligado a vivir huido de su solar y sufrió la terrible experiencia de tener que pelear contra su propio hermano (pues Garcilaso militó en el bando del emperador); pero peor suerte corrió el primero, lamentablemente decapitado tras su derrota. Evoquemos, pues, la figura de este héroe toledano. Manuel José Quintana: A Juan de Padilla Tajo profundo, que en arenas de oro la rubia espalda deslizando, llegas el pie a besar de la imperial Toledo; Toledo, que en desdoro de su antigua altivez y su energía, se encorva al yugo que esquivó algún día; Toledo, oriente de Padilla... ¡Oh, río! Tú le viste nacer, tú lamentaste su destino infeliz, y en triste duelo su fin infausto denunciaste al cielo. Tú aquel soñar bañabas, do siempre incorruptibles se albergaron la patria y el valor, mis ojos vean el suelo que él hollaba, el espacio feliz do respiraba y en mi llanto y dolor bañados sean. (v.v. 130-145) |
VII – Plaza de San Román Tocando el final de nuestra ruta, llegamos al monumento a Garcilaso de la Vega. En esta sosegada plaza recuperada en 1979 (tras demoler el depósito de aguas que aquí existía) se alza la estatua que nos evoca la figura del poeta-soldado que representa, como pocos, la armoniosa síntesis del tópico armas-letras. Le rendiremos homenaje a través de los versos de otros poetas. Rafael Alberti: "Si Garcilaso volviera..." Si Garcilaso volviera, yo sería su escudero; que buen caballero era. Mi traje de marinero se trocaría en guerrera, ante el brillar de su acero; que buen caballero era. ¡Qué dulce oírle, guerrero al borde de su estribera! En la mano, mi sombrero; que buen caballero era. (v.v. 1-11) |
Gabriel Celaya: A Garcilaso de la Vega “Si de mi baja lira” prosaísta surgiera, no mi voz, sino mi España, verías cómo vibras en su entraña, pese a tanto cantor garcilasista. Estamos con las armas en la mano, buscando un nuevo ritmo, fiel contraste. Estamos, como tú nos enseñaste, luchando por lo nuevo y por lo sano. Por eso te saludo y te prometo que daré, como tú, cauce a la Historia; porque eres en mí, vida, no memoria, e impulso a la aventura, no soneto. |
Santiago Sastre y Ángel Villamor: Y entonces me pregunta por Toledo Garcilaso Cuando llega hasta el alma el viento de tus versos, Garcilaso, me enamora la calma y el eco de tu paso me susurra que hay miel en el ocaso. Ahora resucitas cuando escucho el sonido de tu verso y a recorrer me invitas ese mundo diverso que muestra en tu mirada su universo. Despierto el mensajero me lleva a los jardines de sus manos y al brillo verdadero de una urbe donde hermanos son árabes, judíos y cristianos. Es Toledo y su piedra, lugar donde lo bello está creciendo: es igual que una hiedra que lenta va ascendiendo y su verdor todo lo va cubriendo. ¿Qué queda del encanto de esta vieja ciudad que conociste?, te dirás. ¿Puede el canto decir lo que escribiste o ahora vive aquí una musa triste? Si preguntas qué pasa con la luz que vio nacer tu aventura, te diré que tu casa perdió su singladura: se convirtió en un centro de cultura. ¿Y el Tajo y su ribera? El hombre sembró su invierno y su estío y no es lo que antes era: la suciedad y el frío alejaron las ninfas de tu río. ¿Y ese rincón de cuento que alberga, Garcilaso, tu escultura? Es aire de lamento que eleva tu figura y el alma de tus versos a la altura. Una Universidad alberga fiel tus huesos de poeta. Y toda la ciudad con su calor te reta a contemplar de noche tu silueta. Esa sublime cumbre ceñida por el Tajo y secuestrada. Esa gran pesadumbre que mira enamorada la dulce paz que anida en tu mirada. El tiempo inexorable fatiga a Garcilaso en este viaje. La música adorable de sus poemas traje formando ahora parte del paisaje. Y al acabar su paso, de mi pesar no puedo contenerme. Y el ser de Garcilaso, de su fulgor inerme, entre las hojas de su libro duerme. |
Finalmente, escucharemos su propia palabra a través del más bello –posiblemente– de los sonetos por él escritos: “el doloroso sentir”, la dulce melancolía, la expresión más sosegada y contenida del poeta, alcanzan en estos versos su versión más feliz y precisa. Garcilaso: Soneto X ¡Oh dulces prendas, por mi mal halladas, dulces y alegres, cuando Dios quería! Juntas estáis en la memoria mía, y con ella en mi muerte conjuradas. ¿Quién me dijera, cuando en las pasadas horas en tanto bien por vos me vía, que me habíades de ser algún día con tan grave dolor representadas? Pues en un hora junto me llevastes todo el bien que por términos me distes, llevadme junto el mal que me dejastes. Si no, sospecharé que me pusistes en tantos bienes, porque deseastes verme morir entre memorias tristes. |
VIII – Iglesia de San Pedro Mártir Estamos en la capilla del Rosario, llamada por Garcilaso “de mis agüelos” porque, efectivamente, había sido fundada por antepasados suyos de la línea materna. Aquí reposan los restos del insigne vate toledano junto con los de su hijo Íñigo (llamado después Garcilaso en honor de su padre) que es el que se encuentra detrás. Garcilaso fue herido posiblemente un 19 de septiembre y murió en Niza el 14 de octubre de 1536. Fue inhumado en la iglesia de Santo Domingo de Niza. Él había manifestado en su testamento que su deseo era ser enterrado donde muriese, si era “pasado la mar”. Pero su esposa no quiso respetar esta voluntad y comenzaría pronto los trámites para su traslado, lo que ocurrió en 1538. Las estatuas orantes fueron realizadas por un tal Linares y costaron 75.000 maravedíes (según deduce Mariano Calvo de los testamentos de la viuda y otros documentos). En 1869 las Cortes Constituyentes decidieron ubicar un panteón nacional de hombres ilustres en el templo de San Francisco el Grande de Madrid. Con tal motivo, se trasladaron los restos del poeta toledano con gran solemnidad. El proyecto no cuajó y permanecieron seis años en la sacristía del citado templo. En 1875 volvieron a Toledo, donde fueron depositados en el Ayuntamiento. Tuvo que ser un conserje quien cayese en la cuenta de lo que guardaba aquel cajón arrinconado. Avisadas las autoridades, se decidió dar destino más digno a tan ilustres restos. Y el 17 de agosto de 1900 fueron solemnemente restituidos –al fin– a la paz de la capilla de sus mayores. Pero retrocedamos en el tiempo. Las circunstancias que rodearon a la muerte del poeta lógicamente están envueltas en la pátina vaga con la que el paso de los años viste a los hechos pasados, lo que propicia que puedan existir interpretaciones varias. No obstante, contamos con un interesante testimonio que se recoge en el libro citado en páginas anteriores: Mariano Calvo: "La muerte airada" [...] de entre todas las versiones sólo una puede arrogarse la cualidad de ser el testimonio de un testigo ocular, la que suscribe el cordobés Martín García Cereceda, de quien sólo se conoce, por propio testimonio, su condición de arcabucero en el ejército que invadió Provenza. Hallada en la biblioteca de El Escorial en 1872, esta crónica de Martín García Cereceda tiene la fiabilidad de proceder de quien asistió personalmente al desarrollo de los hechos, como se deja ver en la riqueza de detalles propia de una descripción tomada del natural. Dejémonos, pues, llevar por su relato: “El martes que el Emperador salió de Gunfarón llegó a Muy, do se alojó con su corte y avanguardia. Aquí en Muy hay un muy estrecho paso, vecino a la puerta de la villa, y este paso es una pequeña puente pegada a una fuerte torre que era alta y redonda. Tenía pegado a sí esta torre un pequeño cuarto de casa, que también era fuerte, tanto o más que la torre. Aquí en esta torre había catorce personas, que eran doce hombres y dos muchachos. Estos estaban en esta torre encubiertos, que no se habían visto hasta que uno del palacio del Emperador, queriendo subir a la torre por una escalera que puso, los que en la torre estaban, lo dejaron subir hasta el segundo solar o bóveda, mas cuando quiso subir a lo más alto, donde ellos estaban, se puso uno dellos a la boca de la bóveda diciéndole que no subiese.” [...] (p. 241)
El Emperador quiso saber quiénes eran aquellos y, ante su insolencia, consideró que se les debía reducir a la fuerza: entre los caballeros que se aprestan a cumplir esta pequeña escaramuza está el maese de campo Garcilaso de la Vega: “Subiendo Garcilaso de la Vega y el capitán Maldonado, los que en la torre estaban dejan caer una gran gruesa piedra y da en la escalera y la rompe, y así cayó el maese de campo y capitán, y fue muy mal descalabrado el maese de campo en la cabeza, de lo cual murió a pocos días”. (p. 242)
Y continua Calvo reconstruyendo lo que debieron ser aquellas penosas jornadas en las cuales el cuerpo herido del poeta toledano fue trasladado a Frejus, donde permaneció cinco días, saliendo el 25 de septiembre hacia Niza. Allí llegaron el 27 y lo alojaron en el palacio del duque de Saboya: Durante su prolongada agonía, que durará veinticinco días, el poeta tiene tiempo para pensar, confusamente, a través de la niebla que el dolor adensa en el interior de su quebrada cabeza. Se agolpan los recuerdos, los hechos de su vida pasan como en rápido desfile, y lo que más le duele son los vacíos de esa vida, esa prolija especie de lo nunca hecho, que llena el alma de un raro arrepentimiento. El poeta dialoga a solas con el fantasma de su propia muerte, conoce la naturaleza abismal del miedo y saborea larga y amargamente “aquel fin de lo terrible y fuerte/ que todo el mundo afirma que es la muerte”. El 13 ó 14 de octubre de 1536, quien supo dar vida a tantos versos inmortales exhalaba el último aliento al cielo de Niza. La ciudad francesa, a medio camino entre Nápoles y Toledo, se convertía así en la última metáfora del poeta con la que el destino jugaba a simbolizar la equidistancia afectiva que Garcilaso guardó entre sus dos queridas ciudades; pero también ponía un adecuado colofón de lejanía y desarraigo a una biografía como la suya, propia de quien vivió sin tiempo para echar raíces, viajero continuo entre dos patrias. (p.p. 243-244)
Pero pongámonos ahora en Toledo. Los hechos pudieron ser como los relata Marañón en su ya varias veces citado libro. Gregorio Marañón: "La nueva trágica" En estos sobresaltos llegó el año 1536, que los astrólogos habían señalado rico en guerras y dolores. Como la enamorada del romance, doña Elena esperaba un día tras otro, tras las almenas toledanas, las nuevas del guerrero lejano, que no acababan nunca de llegar... Desde que el ejército del César salió de Italia, en su expedición contra los franceses, se ignoraba lo que había pasado. En los corrillos del claustro de la Catedral o bajo los arcos de Zocodover, donde se comentaban las noticias y las invenciones de cada jornada, decíase que esta vez la fortuna no quiso acompañar a las armas invictas de Carlos V. A últimos de octubre empezaron a llegar rumores de la desdicha de Garcilaso. Decían unos que estaba mal herido. Otros, que había muerto. A doña Elena le ocultaron los tristes presagios. Y cuando supo que volvían ya a Toledo capitanes o soldados de Italia, se dispuso a recibir al ausente, adornando la casa con tapices y flores. No salía nunca, esperando que se abriese la puerta y entrase él. Una tarde hubo bulla de gente y caballos por la calle. Se detuvieron debajo de su balcón. Temblando de alegría llamó a sus hijos, a Pedro, a Garcilaso, a Sancha. Un silencio inacabable se sucedió. Mandó a sus criados que preguntasen y no volvían. Hasta que aparecieron sus dos mejores amigos, López de Guzmán y Rodrigo Niño: venían enlutados y tan tristes que nada tuvieron que decir. Doña Elena perdió por largo rato el sentido y estuvo después, durante mucho tiempo, enloquecida de dolor. Llegó semanas más tarde su sobrino, don Antonio Portocarrero, que había acompañado a Garcilaso en su ascensión heroica por la escala mortal, en el asalto de la torre de Muey. Él también cayó al foso, arrastrado por el poeta herido y estuvo a punto de perecer magullado. Lleno de ternura había asistido después a la muerte del gran toledano, rodeado de todos los capitanes, que sollozaban, y confortado por el marqués de Lombay. Portocarrero se quedó allí, en Toledo, consolando con el relato de la muerte gloriosa y santa a sus deudos, que pronto lo fueron más estrechamente porque se enamoró de Sancha, hija del héroe muerto, y se casó con ella. (p.p. 114-115).
Sin duda alguna, el fallecimiento del poeta debió de causar profunda conmoción en Toledo y entre todos aquellos que le conocieran. Su compañero en las lides literarias, Boscán, volcó sus sentimientos en una memorable elegía: el amor del amigo encuentra un molde perfecto en este soneto en el que los recursos retóricos usuales en este tipo de composiciones están supeditados a la expresión de la emoción. Juan Boscán: A la muerte de Garcilaso Garcilaso, que al bien siempre aspiraste y siempre con tal fuerza le seguiste, que a pocos pasos que tras él corriste, en todo enteramente le alcanzaste. Dime: ¿por qué tras ti no me llevaste? Cuando desta mortal tierra partiste, ¿por qué al subir a lo alto que subiste, acá en esta bajeza me dejaste? Bien pienso yo que si poder tuvieras de mudar algo lo que está ordenado, en tal caso de mí no te olvidaras. Que, o quisieras honrarme con tu lado, o, a lo menos, de mí te despidieras; o, si esto no, después por mí tornaras. |
Pero no debemos limitarnos a la época misma de Garcilaso. El poeta, el soldado, el caballero galán toledano muerto en tierras francesas, ha sido evocado en otros momentos, por otros autores que ahora vamos a escuchar. Miguel Hernández: Égloga “... o convertido en agua, aquí llorando, podréis allá despacio consolarme.” Garcilaso Un claro caballero de rocío, un pastor, un guerrero de relente eterno es bajo el Tajo; bajo el río de bronce decidido y transparente. Como un trozo de puro escalofrío resplandece su cuello, fluye y yace, y un cernido sudor sobre su frente le hace corona y tornasol le hace. El tiempo ni lo ofende ni lo ultraja, el agua lo preserva del gusano, lo defiende del polvo, lo amortaja y lo alhaja de arena grano a grano. Un silencio de aliento toledano lo cubre y lo corteja, y sólo va silencio a su persona y en el silencio sólo hay una abeja. Sobre su cuerpo el agua se emociona y bate su cencerro circulante lleno de hondas gargantas doloridas. Hay en su sangre fértil y distante un enjambre de heridas: diez de soldado y las demás de amante. Dulce y varón, parece desarmado un dormido martillo de diamante, un corazón un pez maravillado y su cabeza rota una granada de oro apedreado con un dulce cerebro en cada gota. Una efusiva y amorosa cota de mujeres de vidrio avaricioso, sobre el alrededor de su cintura con un cedazo gris de nada pura garbilla el agua, selecciona y tañe, para que no se enturbie ni se empañe tan diáfano reposo con ninguna porción de especie oscura. El coro de sus manos merodea en torno al caballero de hermosura sin un dolor ni un arma, y él de sus bocas de humedad rodea su boca que aún parece que se alarma. En vano quiere el fuego hacer ceniza tus descansadamente fríos huesos que ha vuelto el agua juncos militares. Se riza lastimable y se desriza el corazón aquel donde los besos tantas lástimas fueron y pesares. Diáfano y querencioso caballero, me siento atravesado del cuchillo de tu dolor, y si lo considero fue tu dolor tan grande y tan sencillo. Antes de que la voz se me concluya, pido a mi lengua el alma de la tuya para descarriar entre las hojas este dolor de recomida grama que llevo, estas congojas de puñal a mi silla y a mi cama. Me ofende el tiempo, no me da la vida al paladar ni un breve refrigerio de afectuosa miel bien concedida hasta el amor me sabe a cementerio. Me quiero distraer de tanta herida. Me da cada mañana con decisión más firme la desolada gana de cantar, de llorar y de morirme. Me quiero despedir de tanta pena, cultivar los barbechos del olvido y si no hacerme polvo, hacerme arena: de mi cuerpo y su estruendo, de mis ojos al fin desentendido, sesteando, olvidando, sonriendo lejos del sentimiento y del sentido. A la orilla leal del leal Tajo viene la primavera en este día a cumplir su trabajo de primavera afable, pero fría. Abunda en galanía y en párpados de nata el madruguero almendro que comprende tan susceptible flor que un soplo mata y una mirada ofende. Nace la lana en paz y con cautela sobre el paciente cuello del ganado, hace la rosa su quehacer y vuela y el lirio nace serio y desganado. Nada de cuanto miro y considero mi desaliento anima si tú no eres, claro caballero. Como un loco acendrado te persigo: me cansa el sol, el viento me lastima y quiero ahogarme por vivir contigo. |
Antonio Manjón-Cabeza Sánchez: Entusiasmo pueril del 19-9. (Herido de muerte Garcilaso, nazco yo). 1958. ¿De aquel dardo algo dardo? ¿De aquel dardo el suspiro? ¿De aquel no prematuro este gozo infantil, lirio maduro, pétalo puro, petulante nardo? ¿De la brusca caída el gozo alado? ¿Del buen morir guerrero esta ofensiva? ¿Qué son tres siglos si el afán al lado, o cuatro siglos, mariposa viva? El diecinueve de septiembre era él malherido cuando yo a las fechas. ¡Entusiasmo pueril de alba y ocaso! ¿Algo nos une porque yo lo quiera? ¿Del dardo matador algo en mis flechas? ¿Yo algo de alguillo algo Garcilaso? |
Antonio Manjón-Cabeza Sánchez: Visita a Garcilaso. (Toledo, Iglesia del Convento de San Pedro Mártir). Si estás, que no estás, y si no estás, que estás, ánima Garcilaso en la gasa de piedra, en la venda del mármol. Si ardes, que no ardes, si no ardes, que ardes, líquido Garcilaso aceite de muralla, inflamable Toledo. Si luchas, que no luchas, si no luchas, que luchas, espada Garcilaso una espada en las manos, y en las manos un arpa. Si amas, que no amas, si no amas, que amas, lágrima Garcilaso jabato de agua dulce ensartado en un lirio. Pequeñísima iglesia para el son de esta tumba. El padre de la luna moja la frente en letras, besa a qué pero a cuanto, aleja levemente, y una espada puño de claraboya que no rompe tejidos, atraviesa el lento corazón y lento paso del que va y no se va, y no se va, y se va. |
Mariano Calvo: Ante la tumba de Garcilaso de la Vega en San Pedro Mártir Este guerrero de alabastro frío que el escultor talló en efigie orante fue el más dulce caballero y tierno amante que vio nunca el áureo y rico río. Supo esgrimir la espada con el brío de un capitán osado y arrogante, pero supo también usar, galante, sus versos de amoroso escalofrío. Salicio juntamente y Nemoroso velan su sueño eterno en esta orilla de ilustres pesadumbres, y amoroso el río Tajo ciñe y agavilla, garcilasianamente candoroso, un Toledo bucólico de arcilla. |
Ya es preciso despedirnos de nuestro poeta y, como no podía ser menos, sus palabras deben ser las que al final queden como eco en nuestra memoria. En algunos momentos de su vida Garcilaso seguramente sintió cercana la presencia de la muerte, no en balde practicó una profesión de riesgo y fue herido en varias ocasiones. Garcilaso: Elegía II ¡Oh crudo, oh riguroso, oh fiero Marte, de túnica cubierto de diamante, y endurecido siempre en toda parte! ¿Qué tiene que hacer el tierno amante con tu dureza y áspero ejercicio llevado siempre del furor delante? Ejercitando, por mi mal, tu oficio, soy reducido a términos que muerte será mi postrimero beneficio. (v.v. 94-102). |
Estas sutiles congojas adivinadas en fragmentos de sus poemas, se tornan dolorosas premoniciones cuando caemos en la cuenta de lo pronto que le convocó la parca. Desde esta perspectiva leeremos el último soneto. Garcilaso: Soneto VI Por ásperos caminos he llegado a parte que de miedo no me muevo; y si a mudarme o dar un paso pruebo, allí por los cabellos soy tornado. Mas tal estoy, que con la muerte al lado busco de mi vivir consejo nuevo; y conozco el mejor y el peor apruebo, o por costumbre mala o por mi hado. Por otra parte, el breve tiempo mío, y el errado proceso de mis años, en su primer principio y en su medio, mi inclinación, con quien ya no porfío, la cierta muerte, fin de tantos daños, me hacen descuidar de mi remedio. |
Y revestido del pastor Albanio, en la Égloga II (v.v. 528-532), Garcilaso deja testimonio del consuelo a que aspira cuando tenga que emprender el último de sus viajes: Vosotros, los del Tajo, en su ribera cantaréis la mi muerte cada día. Este descanso llevaré aunque muera, que cada día cantaréis mi muerte vosotros, los del Tajo, en su ribera. |
************************* Obras que se citan: Calvo López, Mariano (1992): Garcilaso de la Vega. Entre el verso y la espada. Toledo, Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha. Marañón Posadillo, Gregorio (1983): Elogio y nostalgia de Toledo. Madrid, Espasa Calpe (1ª edición, 1951). Porres Martín-Cleto, Julio (1982): Historia de las calles de Toledo, II. Toledo, Zocodover. Vaquero Serrano, Mª del Carmen (1999): Garcilaso: Aportes para una nueva biografía. Los Ribadeneira y Lorenzo Suárez de Figueroa. Toledo, Oretania Ediciones. |
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